Antonio Palacios Rojo
Descubro imágenes por satélite que parecen obras abstractas. Círculos de tierra o árboles, rectángulos repetidos de los plásticos de invernaderos o de placas solares, trazos gruesos de asfalto de pistas de aterrizaje, en todo esto el hombre ha puesto las manos encima. También me admiro de las irregularidades repetidas de curvas fractales de las marismas, óvalos de lagos, garabatos de tierra, de lo que no ha sido tocado. Quiero caminar por dentro de esas imágenes y vivir dentro de ellas por un momento.
Parto desde el cementerio. Colina abajo, se ven numerosos invernaderos y explotaciones agrícolas. Los incendios en asentamientos de trabajadores migrantes son frecuentes. Las viviendas precarias construidas con materiales inflamables arden con facilidad. Como en el incendio de Sobervina, la devastación llega rápida y brutal. Estos poblados improvisados, especialmente el conocido como ‘Sevillana’ o “el de los malienses”, viven en un ciclo de destrucción y reconstrucción. Lucena del Puerto alberga quince asentamientos con una población de más de quinientas personas.
Llego al Río Tinto. Famoso por sus ácidas aguas rojas, ricas en metales pesados como hierro, cobre y manganeso. Íberos, fenicios y romanos, quienes ya lo utilizaban como fuente de minerales. En el siglo XIX, la minería se intensificó con la llegada de empresas británicas, como la Rio Tinto Company Limited, que construyó una línea férrea para transportar el mineral hasta el puerto de Huelva.