Antonio Palacios Rojo
Descubro imágenes por satélite que parecen obras abstractas. Círculos de tierra o árboles, rectángulos repetidos de los plásticos de invernaderos o de placas solares, trazos gruesos de asfalto de pistas de aterrizaje, en todo esto el hombre ha puesto las manos encima. También me admiro de las irregularidades repetidas de curvas fractales de las marismas, óvalos de lagos, garabatos de tierra, de lo que no ha sido tocado. Quiero caminar por dentro de esas imágenes y vivir dentro de ellas por un momento.
La Finca Sobervina alberga un yacimiento tartésico, uno de los primeros asentamientos en la península ibérica. Laelia, centro de comunicaciones del Imperio Romano, se levantó sobre esta ciudad sin nombre. Los restos arqueológicos se hallan dentro del Cortijo Soberbina (antigua Sobervina), por lo que no se pueden visitar.
En 1930 se produjo un incendio allí. En una nave había vacas, caballos, mulos y bueyes. La planta de arriba se destinó a un secadero de tabaco. Justo al lado se alzaba la vivienda de los trabajadores. Según las crónicas de la época, una "chispa de la luz" prendió y murieron calcinadas siete personas: un matrimonio, sus cinco hijos y un mulero que vivía con ellos. Además, 81 bueyes y 15 mulos se carbonizaron. Entonces nadie se preocupaba por que la disposición de la naves y las viviendas de los trabajadores fueran seguras.
En algunos yacimientos tartésicos se han encontrado rituales de misteriosas ofrendas. Caballos y ganado se sacrificaban, se organizaban en posturas delicadas y se sepultaban dentro de la vivienda que habían de abandonar. Se ha vinculado estas hecatombes con eventos catastróficos como crisis ecológicas o sociales, respuestas a desastres naturales, como sequías o hambrunas. El incendio del Cortijo Sobervina, con el ganado hecho carbón dentro de la tinada tiene algo de eco de estas ceremonias desesperadas.