Antonio Palacios Rojo
Descubro imágenes por satélite que parecen obras abstractas. Círculos de tierra o árboles, rectángulos repetidos de los plásticos de invernaderos o de placas solares, trazos gruesos de asfalto de pistas de aterrizaje, en todo esto el hombre ha puesto las manos encima. También me admiro de las irregularidades repetidas de curvas fractales de las marismas, óvalos de lagos, garabatos de tierra, de lo que no ha sido tocado. Quiero caminar por dentro de esas imágenes y vivir dentro de ellas por un momento.
En el Corredor Verde del Guadiamar se encuentra un molino harinero romano que aprovechaba la fuerza del agua para moler grano. Estos fueron clave en la economía agrícola de la región. El uso del agua como fuente de energía facilitó la producción de harina, esencial para las comunidades locales.
Cerca de este entorno natural descubrí la imagen satélite de lo que yo creí adivinar como un gasoducto. En realidad, se trata de la la EDAR de Aznalcázar, gestionada por Aljarafesa. Esta planta trata las aguas residuales de Aznalcázar, Huévar del Aljarafe, y una parte de Sanlúcar la Mayor, evitando que los vertidos afecten al sensible entorno del río y el Parque Nacional de Doñana. Entró en funcionamiento hace unos veinte años, cuando se declaró la zona como sensible por la normativa medioambiental. Mi confusión venía por la proliferación de carteles que advierten de la presencia de conductos de gas bajo la tierra. No se recomienda excavar en esa parte del Corredor Verde. Hace poco se ha evitado que Petroleum Oil & Gas, una compañía de Naturgy, explote este entorno natural. Desde 2015 se ha detenido judicialmente varios intentos de convertir el Guadiamar y Doñana en un almacén de gas. Las obras propuestas no solo amenazaban la biodiversidad del lugar, sino que también acabarían con el delicado equilibrio de un ecosistema que ya ha sufrido graves desastres ecológicos.