Me he criado en la Marisma de las Nuevas, que es una de las fincas que pasaron a formar parte del Parque a última hora, en los años 70. En aquellos tiempos que llovía regularmente y el clima era más o menos estable, en un día como frío este, cuando yo tenía seis, siete, ochos años, a esta hora de la mañana estaría con un jersey y nada más, para poderme meter al agua. Muerto de frío, pero metiéndome al agua; y mi madre peleando con nosotros. Porque éramos once niños en una isla, ahí en medio de la marisma; y controlarnos, pues había que echarle un poco de coraje. Había más familias, pero los que más cerca estaban a tres, cuatro kilómetros.
Nosotros allí vivíamos aislados. Los dueños iban a cazar de vez en cuando. Cuando venían los señoritos, nosotros éramos como esponjas. Y si nos caía un periódico o una revista, aunque fuera italiana, nosotros hasta que desbaratábamos el periódico no parábamos. Viendo las fotografías y tratando de descifrar qué era lo que ponía allí.
Mi padre apenas sabía leer y escribir, porque se había criado allí, y su padre también. Mi madre era una persona que, a pesar de ser tremendamente humilde, a pesar de que no salió nunca de las chozas, tenía, ella y toda su familia, una cultura popular enorme. Ella sabía de muchas cosas. Mi madre cantaba muy bien. Pero lo que hacía era cuidar a los niños. Y creo que a pesar del aislamiento y de las necesidades, nos dio, para el tiempo que era, una educación casi “de señoritos”.
Nosotros sabíamos muchas cosas que los demás no sabían. Mi madre se ocupó siempre mucho de que fuéramos personas de bien, como se decía en aquel tiempo. De la educación nuestra se encargaba siempre nuestros padres. Yo empecé a ir a un colegio con doce años. Cuando íbamos a Sanlúcar alguna vez al año, pues siempre la gente preguntaba de dónde éramos. Porque la marisma, su cultura, no era lo mismo que la cultura del coto, de los pinares. Algunos de mis hermanos, los mayores, que tenían que ayudar a la casa. Estuvieron en el colegio seis meses para aprender las cuatro reglas, como decían, y luego... al trabajo. Los pequeños pudimos estudiar. Aunque a mí no me gustó estudiar mucho, pero había que hacerlo.
En aquel tiempo, cuando vivíamos allí, nunca nos planteamos que llegaría un momento en que teníamos que salir. Mi madre sí lo tenía muy presente y trataba de que estudiáramos, de que pudiéramos salir del entorno. Porque sabía que allí no había futuro para todos. De hecho, mis dos hermanos mayores se quedaron de guardas hasta que murieron. Y los demás, por fin, tuvimos que salir. Así que ha habido un choque muy fuerte con la realidad de fuera. Igual alguna temporada que llovía mucho no se podía ir por una arena a Sanlúcar y te pasabas unos cuantos días sin pan. Pero a pesar del frío, a pesar del calor, a pesar de todo, me gustaba vivir allí. Todos los hermanos coincidimos que el periodo más feliz de nuestra vida fue cuando vivíamos en Las Nuevas.
Igual alguna temporada que llovía mucho no se podía ir por una arena a Sanlúcar y te pasabas unos cuantos días sin pan. Pero a pesar del frío, a pesar del calor, a pesar de todo, me gustaba vivir allí. Todos los hermanos coincidimos que el periodo más feliz de nuestra vida fue cuando vivíamos en Las Nuevas. Mi padre era un animal más. Yo salía mucho con él. Te hablo de un periodo de los 60 a finales de los 70. Fue un tiempo luminoso, que dejó un buen recuerdo. Y yo me iba a cazar con él. O cuando íbamos a comer huevos de gallareta. Allí estaba tan aislado que la comida base era lo que el terreno producía. Cuando empezaban a poner, teníamos huevos para desayunar, almorzar, merendar y cenar. Y cuando era la época de la gallareta, hacíamos con su carne lo mismo. Porque era un periodo muy corto. Allí no había frigorífico, no había luz, no había nada. Entonces tenías que comer al día. Salías un momento, cogías cuatro o seis gallaretas, hacías el almuerzo y por la tarde las terminabas. Eso ya es imposible de hacer.
Antes salías a la marisma ya en este tiempo, que estaba llena de agua y había nidos de focha por todas partes. En un par de horas podías coger dos o tres mil huevos. Hoy tienes que pasarte varios días para coger una docena. Recuerdo todavía cuando se iba a Sanlúcar y se hacía una compra grande de harina, legumbres... Y se llevaba a la marisma, y allí hacíamos el pan. Allí nos administrábamos. Pero había periodos, como a veces en invierno, que empezaba a llover tanto que se formaba una isla pequeña.
Solo mi casa quedaba fuera del agua. No podías ir a ningún sitio. Recuerdo muchas veces estar sin harina, sin garbanzos… Entonces teníamos que rebuscar lo que fuera. Pero mi padre fue una persona que, a pesar de ser guarda de una finca de caza, tenía muy claro cómo iban evolucionando las especies. Y había especies que no se tocaban. La cerceta pardilla, por ejemplo. Cuando él llegaba a la cacería, él le decía a los dueños que ese pájaro no se procurara matar, porque estaba disminuyendo. Con la focha cornuda, igual. Cuando la gente que iba allí en verano a coger pájaros vivos para venderlos, pasaban cerca de casa llevando encima una collera —es decir, se ponían una cuerda alrededor del cuerpo, cogían las patas del animal, las amarraban a la cuerda y así los llevaban colgados-. Porque si los mataban al cazarlos, a Sanlúcar llegaban podridos. Entonces los tenían que llevar vivos. Y si en una collera de esas iba alguna cornuda, o una pardilla, o una cosa así, mi padre cogía, les cortaba la cuerda de las patas y los dejaba libres.
Mi madre era una persona muy sensible. Tenía las cosas muy claras. Para ella, su tesoro en la vida eran sus hijos. Y lo único por lo que peleaba siempre era por ver a sus hijos bien. Lo demás no le importaba. Claro, ella ahí, aislada, se tenía que encargar de todo, ¿no? Imagínate una casa ahí, en medio, con once niños. Menos mal que las primeras eran tres niñas. Y esas ayudaron mucho a criar a los demás. Pero a mi madre no le gustaba el campo. Ella era una mujer que hubiera sido cantante, hubiera sido cualquier cosa de esas, porque era muy artista. Y pasar cuarenta años como se pasó ahí...
En aquel tiempo había tanta hambre, tanta miseria por todos lados, que mis tías, las pobres, mandaban a sus hijos. Porque allí, en la marisma, hambre no se pasaba. Podía escasear el pan, a lo mejor había un temporal y no se podía matar una gallareta, pero eran tiempos muy cortitos. Allí siempre se comía. De hecho, mi madre contaba —me contaba muchas veces— que, al final de la guerra, que había tanta miseria por todas partes, a varios kilómetros los vería venir y ya sabía quiénes eran los que venían. Y ponía la olla de lo que fuera para que la gente pudiera comer.
Que viniera una persona era un acontecimiento. A veces, en Navidad, venía alguno de mis tíos a pasar la noche. Mi tío, un hermano de mi padre que vivía en San Sebastián, solía venir algunas veces por esas fechas. Pero yo me crié muy solo. Por eso me volqué tanto en los animales. Además, no me entendí yo muy bien con la gente. Soy muy condescendiente, pero sé lo que hay. Lo que pasa es que me domino mucho. Cuando salto, es que ya estoy hasta aquí. Y llega un momento que no me puedo dominar. Pero soy bastante apaciguador. Demasiado con lo que tienes que lidiar también.
Mi padre fue una persona tremendamente generosa con los demás. Pero en mi casa, el hecho de que los niños no estudiaran, pues era una cosa normal para él. Pero mi madre no. Mi madre quería que estudiara todo el mundo, para poder salir de allí, ¿no? Claro, como ella tenía esa ambición de haber podido salir y tal… Ella lavaba a mano en los lavaderos, allí, y con el agravante de que a veces no había agua. Ni para lavar ni para beber, incluso. Había que ir a 15 kilómetros con los caballos y los cántaros. Que en aquel tiempo los caballos comían lo que daba el terreno, porque allí no podía entrar un camión con grano ni se podía comprar. Había muy poquito grano, que utilizaban los días de cacería y demás. Entonces los caballos estaban endebles, y muchas veces se caían. Dentro de unos años pensarán que ahí hubo un asentamiento, porque hay restos de cántaros debajo de la tierra. Se caía el caballo y todos los cántaros rotos. Todo el trabajo de la mañana, o de más de mediodía, al garete. Yo recuerdo los primeros tendederos que puso mi padre. Porque se tendía encima de la chumbera. Se tendía la ropa.
Yo he sido muy idealista. Pensaba que las cosas iban a cambiar. Sobre todo cuando salimos de ese periodo oscuro en el que España estaba. Nos fuimos dando cuenta de que cuando se llega ahí arriba, lo único que se quiere es dominar. No importan los sentimientos de la gente, ni las necesidades, ni nada. Importa lo que yo quiero, lo que yo necesito para vivir. Y eso para mí fue un choque tremendo, porque lo mismo que he visto en la política lo he visto en todos los demás estamentos. Hasta el ayuntamiento más miserable del pueblo, más recóndito, funciona igual. Que los demás trabajen para mí y que no se salga de madre, que hagan lo que a mí me conviene, no lo que nos conviene a nosotros. El primer chocazo que me di fue con Felipe González. Yo tenía una fe tremenda, pero cuando me di cuenta de que era uno más. Y luego lo he visto con Consejería, con todos los estamentos que están rigiendo los destinos de la Naturaleza. La Naturaleza no les importa. Lo que importa son las conveniencias de unos pocos que, a lo mejor, son amigos o parientes. Eso es lo que conviene.
A finales o principios de los años 60, Valverde empezó a venir a mi casa. Mi padre era un sabio del campo, como si fuera un animal más. Muy intuitivo. Él te decía dónde iban a soplar los vientos, todo. A Valverde le gustaba mucho hablar con él. Venía a Las Nuevas, se pasaba allí en una temporada y discutían como los locos. Mi padre defendía lo que él había vivido y Valverde defendía un futuro. Yo estaba de parte de Valverde porque a mí nunca me ha gustado la cacería. A mí me gustan los animales vivos, ni siquiera disecados. Vivos y que yo me pueda mezclar entre ellos. Es la única forma de aprender y de interpretar lo que ellos quieren decir. Entonces yo también discutía con mi padre. Pero con los años, por tres veces le oí decir a Valverde, sentado en esa misma silla de ahí, precisamente ahí, que “si yo hubiera sabido la deriva que esto iba a tomar, no me hubiese metido”. Porque llegó la Conservación y llegó el desastre más grande del mundo para la Naturaleza. Se dejó de cazar. Para los que vinieron, el cazar, pues era matar animales solamente. Pero para mi padre, el cazar era el fruto de un trabajo bien hecho durante todo el año; y que beneficiaba al terreno y a todas las especies que contenía el terreno.
En el año 75, yo todavía estaba estudiando, pero iba mucho a la marisma. En el 73 fue la primera gran mortandad de patos en Doñana. Ellos dirán que fueron algas tóxicas, porque el botulismo tratan de ocultarlo. Pero es que, en aquel tiempo, vinieron unos biólogos americanos y aquí mismo, sentados a esta mesa, nos contaron que la cepa que estaba matando los patos, era la cepa americana. Claro, habían traído poco antes cangrejos de Florida, cangrejos rojos americanos. Los habían traído sin depurar, sin más nada. Los metieron en unos estanques, los bichos empezaron a salir y se produjo el botulismo. Pero tratan de que nadie hable de eso. Porque fue algo de la administración. Trajeron el cangrejo porque de toda la vida se había pescado en la marisma. Entonces, dentro del Parque no se podía pescar porque se deterioraba el terreno. Y como alternativa, trajeron el cangrejo para no perder votos.
El 74 fue un año seco con lo cual no murió nada porque estaba la Marisma seca. En el 75 volvió a haber agua. Entonces, en una zona de la marisma, en agosto vimos que había dos camadas de cerceta pardilla. A mí me parecía que era un bicho importante porque yo estaba viendo el declive que esa especie estaba teniendo. Avisé a la Estación Biológica, avisamos al que por entonces era el ICONA, al Parque, para que fueran a recogerlas y salvarlas. No apareció nadie. Eran dos camadas que tenían doce, catorce cada una. Cuando quedaban seis o siete pollos, mi hermano Julio y yo fuimos, los recogimos y me los llevé a Sanlúcar. Al año siguiente ya estaba sacando esos bichos adelante y soltándolos.
Yo me di cuenta que allí dentro del Parque no se podía hacer nada. Aunque hubo un periodo muy bonito, muy bueno, en los años 80, con el mandato de Ramón Coronado. Ramón Coronado había sido un cazador y luego conservacionista. Fue un periodo cortito pero muy feliz, con mucha armonía y haciendo las cosas como habían que hacerlas. Pero tuvo la mala suerte de tropezar con el segundo de Felipe González, Alfonso Guerra en un asunto de un patronato. Y lo defenestraron. El pobre hombre se murió en un despacho sin ventanas. Me di cuenta de que allí era imposible hacer nada.
Porque todos los que llegaron opinaban y esa opinión prevalecía sobre la experiencia que los demás tenían. Entonces quise instalarme fuera. Yo, en los años 80, empecé a trabajar en el Parque, en el primer Centro de Recuperación que se puso ahí. Y empezaron a echar a perder la cosa. Me salió un trabajo en Canarias, y me fui totalmente desencantado. Fue ahí cuando empecé a darme cuenta de que me hacía adulto. Yo creo que fue en el año 86, en medio de una mortandad tremenda de pájaros en el Parque, cuando nos instalamos cerca. Yo estaba con Maribel. Ese año recuperamos más de 2.000 animales por nuestra cuenta. No teníamos ni medios, ni teníamos espacio, no teníamos nada, pero aún así sacamos adelante mucho animal.
Entonces quisimos encontrar un terreno. Nuestra idea era trabajar en la Estación Biológica, tener un terreno donde poder tener cuatro bichitos y cuatro cosas. Pero poquito a poco, mientras veía cómo discurrían las cosas ahí dentro, pues encontramos un vertedero, y quisimos comprarlo y vivir aquí. Yo tenía muy claro lo que podía ser esto. Luego con el tiempo, la realidad superó a mi imaginación. Yo pensaba que aquí, en un sitio cerca de la marisma y cerca del monte, iba a tener una incidencia menor, de cuatro bichos que pasen por aquí. Estamos en una zona que es ruta de los animales que van y vienen al norte de Europa. Pues durante muchos años cayeron muchos. Ha habido veces de tener más de dos mil patos y fochas en esta laguna.
Los animales son filopátricos y crían mientras puedan cerca de donde les fue bien el año anterior. A mí me gusta conocer a los animales. En la marisma era imposible. Quería conocerlos más y quería meterme entre ellos. Y este era el lugar. A los pocos días de estar instalados aquí, no lo teníamos ni limpio ni la casa hecha ni nada, pero los animales que habíamos recuperado en la otra casa, cuando volvieron allí y vieron que no había nadie ni comida, pues aparecieron aquí. Y durante muchos años ha sido una cosa tremenda.
Lo que pasa es que con el paso del tiempo, los animales se están acabando. No hay nada. Este año a la marisma han venido cuatro ánsares. En los años 80 eran 80 mil o 90 mil pájaros. Este año si acaso un par de cientos, tirando por lo largo. Aquí, al otro lado de la carretera, repostaban muchísimos bichos. Ahora no ves por ahí nada, cuatro garzas, cuatro... nada. La Naturaleza se está muriendo. Por la mala gestión de los que tendrían que cuidar de ella. Inversiones muy grandes, pero que para lo único que sirven es para emplear a cuatro o seis tontos, amigos, primos o sobrinos y meterse dinero en el bolsillo. Porque lo que hay que cuidar es el medio. Si el medio está en condiciones, no tienes que hacer recuperación de ninguna especie, el medio mismo la va a sostener. Pero como el medio está hecho polvo, ya me dirán.
Hoy el terreno se ha perdido. Se quitaron todos los usos que se hacían allí y comenzaron otros usos mucho más peligrosos fuera, pero que influían directamente en el Parque Nacional. Hablo de los cultivos de fresas, de los cultivos de arroz. El arroz, al final, ha beneficiado un poco o está beneficiando a la Naturaleza, a los pájaros. Beneficiado entre comillas, ¿no? Un tiempo atrás el arrocero era otro bandido igual que todos los demás. Ahí se ha vertido una cantidad de veneno tremenda que ha confluido en que ese pueblo que hay ahí, en medio de los arrozales, es el pueblo con más incidencias de cáncer y de infartos de España entera. Eso tiene que ser por alguna razón.
Hoy la marisma está llena de vacas, de vacas domésticas, ni siquiera son las vacas que poblaban la marisma hace años, las mostrencas. El terreno que está reventado por el ganado, porque hay una carga de ganadera superior a la que puede sostener. Y no pasa nada, con eso no se mete nadie. Porque claro, cuando la gente dice que está todo esto mal, achacan más que nada la cosa al cambio climático, a todo eso. Pero también hay una parte, de mala gestión. La mala gestión de la Conservación.
Ahí, en Doñana, se ha invertido una cantidad de dinero desorbitada. Hace unos años se gastaron, creo que fueron ocho millones de euros, en hacer una entrada de agua que todos los que conocíamos la marisma decíamos que era inútil, que era para nada. Que el agua, cuando había agua, entraba por sí sola y la marisma no necesita este aporte que encima está contaminado con los restos que salieron de la mina de Aznalcóllar. Se gastaron un pastón en hacer una obra faraónica que ahí la tienen; ahí están las marismas, secas, después de esa inversión. Lo que les interesa a esta gente son inversiones grandes para que el dinero fluya. Nos ignoran, ellos saben, son los científicos. Pero no decimos lo que nos parece solamente, sino decimos lo que va a pasar y se cumple. Pues eso da mucho coraje. Pero un señor ingeniero, un señor biólogo, un señor científico, la voz la tienen ellos. Ellos son los que tienen acceso a la información y dicen lo que les da la gana. A nosotros nunca nos han escuchado.
Es que Doñana o la vives, o no tienes nada que hacer. Pero hay muchísimos ahora mismo de esos… de mandamás: los Consejeros, la Directora, la Delegada, gente que han aparecido ahí hace poco tiempo y que se creen que lo saben todo. Pero, para saber lo que es la marisma, tienes que pasar frío, tienes que pasar calor, tienes que pasar mucha calamidad para enterarte de cómo funciona todo eso. La tierra es un organismo vivo. El día que se sacuda nos vamos a tomar por culo todos. Creo que el hombre es un parásito que le ha caído encima a la marisma.
Tú encuentras un animal muriéndose ahí, en medio del campo, y no puedes cogerlo y tratar de salvarlo, sino que tienes que avisarles, para que te digan que no hay guardas, o que no vendrán hasta la semana siguiente. Y la naturaleza no puede esperar. A la naturaleza hay que atenderla en el momento en que lo necesita. En el momento en que está enferma, ahí está el hombre, con sus conocimientos, para curar ese mal... pues no. En ese mal no se emplea ni un solo euro. Tengo muy claro cómo va a ir esto. Y va a peor. Mi mayor triunfo, creo, ha sido tener la suerte de haber vivido la marisma como la viví. Y mi mayor desgracia es verla como está ahora.
Es tan fácil... tendría que ser tan fácil ayudar a los demás. A ellos, a la gente. Pero aquí todo va a conveniencia. Y si hay un terrateniente de esos… que intenta hacer como han hecho en muchísimos sitios. Barbaridades. Pues tiene el apoyo de la administración. El norte del parque, ahora mismo, tendría que ser una zona de seguridad. Pues lo están sembrando. Un país de secano como este, todo lo están convirtiendo en regadío. Ahí, en medio de la marisma, hay ahora una extensión tremenda de olivo intensivo y de almendro. En regadío. Si eso beneficiara al medio, pues vale. Pero no. Porque debajo —aparte del agua que se está empleando en eso— debajo de esos cultivos, la tierra no cría nada. No puede haber una hierba, no puede haber nada. Y son muchas hectáreas las que le han quitado a la Naturaleza. Muchas.
No he triunfado. “He triunfado”, entre comillas. Yo me siento orgulloso de esto. Me siento orgulloso de haber mantenido estas especies, de haberlas sacado adelante, como la focha cornuda... Cuando cayó en nuestras manos la primera pareja, ya la daban por extinguida. Gracias a que hemos estado criando todos los años, hoy se pueden ver en muchos humedales, no solo de Andalucía, sino también de Portugal, Valencia y otros sitios. Quizás eso ha sido un triunfo, pero no un triunfo total. Si me hubiesen ayudado, habría sido mucho mejor.
Mi ayuda habría sido mantener el medio vivo. Yo soy capaz de mantener los animales con muy poco; sé cómo hacerlo. No hace falta gastar esa cantidad de dinero que ellos gastan. Pero si yo suelto 300 pardillas y el único sitio que tiene agua es este, y tú no estás ayudando al medio, ni me estás ayudando a mí. ¿Qué coño estoy haciendo yo entonces? El idiota. Esa es la sensación que tengo estos últimos años: que he hecho el imbécil, el idiota. Esa es la mayor frustración, pensar que esto podía haber sido algo mucho mejor, y has chocado.
A la vez es un triunfo, pero también una frustración. Se podría haber hecho mucho más, con muy poquito más se habrían logrado montones de cosas. Pero para todo tienes que seguir los putos protocolos que se han inventado ahora. A pesar de que los bichos los tenía ahí en casa, yo necesitaba más información de ellos. No solo una contemporaneidad. En la época de invierno, cuando venían los bichos del norte, yo quería algo más. Yo quería mezclarme con ellos. Entonces, cuando nos instalamos aquí, yo sabía —cuando volví de Canarias— que en la marisma no había sitio. Y tampoco lo quería. Yo estaba viendo todo lo que estaba pasando, y no quería. Quería un sitio donde pudiera tener los pocos animales que tuviera, y poderles hablar de tú a tú.
Cuando me instalé aquí, en la Cañada, empecé a criar de una forma un poco más más seria. El primer año se soltaron seis y se han soltado hace un par de año 370. Ha ido aumentando la cosa. Lo que pasa es que mis medios son limitados. Esto no da como para poder hacer grandes cosas. Ayuda de la administración no he tenido nunca ninguna. Ninguna. Es más, cuando ha habido cosas por ley que había que cumplir por ley, a mí me las han aplicado. Al vecino, al otro y al otro, no. Eso ha repercutido en el deterioro de este lugar. Esto es una cañada y toda el agua de esa cañada discurría por aquí. Bueno, se han dado las trazas de desviar el cauce y pasarla a la otra finca cercana. Con lo cual, aquí ya no me entra agua.
Lo que se ha creado aquí con los animales… la gente no lo sabe. Muchos no lo entienden. Mi padre me contaba que, cuando él era pequeño, la última pareja de grullas que crió la marisma, él la vio un par de años seguidos y luego desaparecieron. Entonces, parece que fue un designio divino... aunque yo no creo en esas cosas. Cuando me instalé en esta zona, lo primero que me llegó fue una grulla con el ala partida de un tiro. Mi hermano la encontró en el centro del Rocío, por ahí, pegando carreras, con el ala arrastrando. Me la trajo.
Al cabo de un par de años, llegó un macho. Y empezaron a criar. Los padres no se movieron de aquí hasta que se murieron, porque ya podían volar. Pero esas crías las criábamos aquí, porque casi toda la cría pasa por nuestra cocina. En primavera, esto está lleno de bichos pequeños. Cuando les llegó la época de criar, estuvieron prospectando. Yo lo sé por la gente que me lo iba diciendo, porque aquí grullas en primavera no hay. Me llamaban de Los Palacios: “Oye, que he visto tu grulla por aquí”. Ese era uno de los sitios donde habían criado anteriormente. En Los Palacios, y en los llanos de Carmona también criaban, igual. Pero como todos esos sitios están ya reventados, son zonas de cultivo ¿ dónde se fueron a criar las grullas? Al parque, que era lo único que les quedaba. Al mismo lugar donde mi padre había visto criar a la última pareja. Eso es lo que llamo memoria ancestral. Solo la tienen los bichos,csaben la zona. Claro, no eran las mismas grullas, eran otras. Pero se crían y se transmiten los lugares por generaciones. Yo pensé que eso iba a entusiasmar a mi gente.
Pero me he dado cuenta de que, en los veintitantos años que llevan tratando de criar en el parque, solo hace cinco años, en agosto, una pareja me trajo un pollo. Y, oh, casualidad, fue el único año que no se hizo la Saca de las Yeguas. Porque eso afecta… Hombre, en esa época, cuando sacan las yeguas al parque, hay cuatro charcos para los animales. En esos charcos están también las yeguas. Si no hay estrés, pueden convivir. Pero cuando se meten trescientos ahí, con los caballos… imagínate.
Luego, las marismas se han llenado de alimañas. Cuando yo era pequeño, los cuatro guardas de las marismas se reunían e iban pasillo por pasillo, matando ratas, zorros… incluso quedaba algún jabalí. Hoy la marisma está llena de jabalís y de zorros, sobre todo. Y encima se ha metido la urraca. La urraca era de monte. Ahora bien, han dejado que crezca una vegetación que no es autóctona, como el taraje. Están dejando que se cubra de eso. La filosofía es conservar lo que haya, aunque sea dañino. Sí, claro. Eso se podrá hacer en el Amazonas.
Pero es que hemos tocado tanto la Naturaleza a lo largo de la historia que no la podemos abandonar a su suerte. Aquí no. Estamos rodeados de cultivo. El parque está lleno de ganado doméstico. No podemos dejarlos a su suerte. Para eso somos nosotros los inteligentes, los que tenemos medios para curar esos males que el terreno tiene.
Yo no tengo talento ninguno. He tenido la suerte de toparme con Maribel que me ayudó a realizar mis sueños. Vivir entre animales y saber de ellos. A mí no me hace falta de que un animal me hable para saber lo que necesita o lo que está o lo que está queriendo hacer. Mis hermanos ya han sido todos un poquito talentosos. Un hermano fue torero, otro, que murió hace poco, cantaba, cada uno ha tenido una... Yo no.
La relación con la gente cada vez se me hace más complicada. Cuando tengo una reunión con la Consejería se me revuelve el estómago. Me ponen muy mal. Menos mal que Maribel tiene mucha mano izquierda y no se altera como me altero yo. No me gusta tratar con esa gente porque veo lo que hay detrás y no me gusta, no quiero comulgar con eso.
Este año pasado he tenido muchas pérdidas. Familiares y amigos. Y eso me ha hecho que se me fuera la alegría. Yo siempre me he ido muy alegre. Echo la vista atrás y trato de imaginarme el futuro, y no. A pesar de lo que estás consiguiendo aquí. Esto es nada. No he sido nunca una persona feliz, porque lo que me rodeaba me preocupó siempre mucho. Soy una persona afortunada, porque mis sueños los he conseguido realizar. Pero no soy una persona feliz. No puedo ser feliz mientras haya infelices a mi alrededor. Fui feliz en mi infancia. Y ahora, en comparación, nunca vas a ser tan feliz.
Nota final: Todo lo escrito en esta página son palabras de Plácido Rodríguez. Declaración del 03/03/2023 a las diez y media de la mañana.
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