Finca Sobervina. Yacimiento Tartésico.

El paisaje visto y vivido por los tartesios, ¿cuál sería? Poco se parecerá al que nos llega a los ojos ahora. Hecho a imagen y semejanza del hombre, el campo se llena de cultivos, se cambian los cursos de los ríos y se los encierra en presas. Poblaciones tartésicas cercanas a las riberas, se quedarán en un yacimiento de secano. Sin embargo, la ciudad, esa conocida, ahora, como Laelia, puede mirar de lejos al Guadiamar. La importancia del agua. Los muertos solían descansar en pequeñas elevaciones, rodeadas por los brazos de los ríos que los abrazaban para hacerlas islas. Los hogares de esta edad de hierro se decoraban con dibujos de barcos, esos mismos que navegan las aguas hasta adentrarse en la tierra habitada.

Más al norte, cerca del Guadiana...

Animales sacrificados en el patio. Carnes consumidas por lenguas de fuego. Más de medio centenar de caballos puestos en posturas precisas, en parejas, para aplacar los pesares de una tierra que no produce nada. También ganado, igual de quemado. El rito nos parece tan extraño como los nombres de las divinidades invocadas: Baal, Astarté. El yacimiento tartésico de Las Casas del Turuñuelo nos da el regalo de las preguntas sin respuestas ciertas, nos pone las mieles del misterio en la boca. Aún, la luz de las conclusiones no entra en este edificio que se enterró en el paisaje tras la hecatombe.

En esta sala se dio el último banquete. Alguien ha decidido sacrificar el edificio. Cuchillos de hierro cortan la carne, mientras el caldero de bronce hierve sobre la parrilla. Fuera, en el patio, la escultura de piel de mármol griego ya tiene vestida su desnudez blanca; sus orejas y cuello enjoyados, el duro pelo cubierto con un tocado lujoso. Ella se llama Astarté, la blanca paloma. Puede que ya hubiera salido en su última procesión. Los restos de la comida se sepultan en una pequeña fosa. Se quema la casa del culto con los animales sacrificados dentro. Por último, se la entierra para que nosotros la descubramos e intentemos leer el significado de este adiós a la Casa Quemada.

Lo único constante son los trabajos del hombre, sus explotaciones y vías comerciales, su impotencia ante el poder de lo impredecible. Antes de ayer se sacrificaba todo lo que uno tenía de valor, los animales, para obtener un cambio en la suerte de un territorio sometido a los giros del clima. Hoy, como apunta Sebastián Celestino, investigador en este y otros yacimientos, el rito consiste en manifestarse para que el poder civil cambie el destino catastrófico que él mismo ha firmado con firme y frío ademán. Quizás, un presidente de lo que corresponda puede que no sea tan implacable como un dios antiguo. Quizás.

Entrevista a Sebastián Celestino

En Casas del Turuñuelo, ¿cómo interpretan ustedes el sentido de los sacrificios masivos de animales? ¿Qué tipo de mensaje o función pudieron tener dentro de su contexto sociopolítico?

Estamos aún lejos, aunque cada vez menos, de llegar a una interpretación final sobre este fenómeno inédito para la época; aunque también se detectó en el cercano y contemporáneo santuario de Cancho Roano. Todo apunta a que se produjo un periodo adverso, tal vez un exceso de humedad ambiental durante varios años, que produjo la imposibilidad de trabajar las tierras. Una circunstancia de esta naturaleza, u otra similar, conllevaría un ritual de sacrificio para intentar aplacar a la divinidad. Sin embargo, parece que al final optaron por amortizar el lugar y sellarlo para dejarlo oculto en el paisaje.

¿Hay algún indicio de que estas prácticas se realizaran en momentos de crisis o transformación (ambiental, social, política) para las comunidades tartésicas?

No, si bien hay que tener en cuenta que no se han hecho suficientes analíticas para comprobar este extremo. Por otra parte, los ricos yacimientos del suroeste peninsular, donde se origina y desarrolla Tarteso, se encuentra bajo las actuales ciudades de Huelva, Cádiz, Sevilla o Carmona, lo que impide hacer un estudio sobre este aspecto. Se están llevando a cabo análisis de ADN en los muertos de algunas necrópolis tartésicas como La Joya (Huelva) que, junto a otros bio-arqueológicos, podrían darnos claves sobre este aspecto en un futuro próximo.

¿Existe algún paralelismo, aunque sea metafórico o estructural, entre estas prácticas rituales y lo que hoy algunos autores llaman “territorios de sacrificio”, como ocurre con ciertas zonas afectadas por minería o crisis ecológicas?

Es muy arriesgado hablar de "territorios de sacrificio", un término que se asocia a zonas de Suramérica afectadas por la excesiva explotación minera o maderera y que tienen una consecuencia de índole socioambiental. En el caso que nos ocupa tendría más relación con un evento geológico o climatológico, sin descartar otras causas que, como digo, están en plena investigación. 

El patio sagrado del Turuñuelo parece condensar un valor simbólico y territorial muy fuerte. ¿Qué implicaciones tenía este tipo de espacio en la organización social tartésica?

El patio de Casas del Turuñuelo se adapta al trazado que presentan otros grandes edificios tartésicos, derivados de la arquitectura próximo-oriental. Estos patios separan la zona pública de la privada, donde se levantan los espacios dedicados a ejercer el poder y el culto. En el caso de Casas del Turuñuelo, y gracias al magnífico estado de conservación en el que nos ha llegado, distinguimos perfectamente esta separación gracias a la construcción de una monumental escalera que separa, precisamente, lo público de los privado, restringido a la planta superior donde se encuentran las habitaciones principales.

¿Hasta qué punto cree que se puede hablar de una relación entre ritual y paisaje en Tarteso, y qué nos dice eso sobre su forma de habitar el territorio?

En la Antigüedad, el paisaje es un condicionante de la vida, bien por la orografía del territorio, por los cursos de agua o por cualquier referente en el paisaje. Pero, evidentemente, también está condicionado por la economía, por lo que hay que tener en cuenta la explotación del territorio circundante, las vías de comercio, ya sean terrestres, marítimas o fluviales, o la simple explotación de la tierra. Dependiendo de estos factores, los rituales difieren de un sitio a otro, en función las advocaciones que se practiquen, pues cada dios o diosa tiene sus propios rituales..

¿Podríamos pensar en el fuego, tan presente en los rituales tartésicos, como un agente de transformación simbólica del territorio, tal como hoy lo es —de forma dramática— en el contexto del cambio climático?

Pienso que no. Los rituales de fuego en Tarteso están muy focalizados en edificios o en complejos arquitectónicos, pero nunca se ha podido documentar que el fuego tuviera protagonismo fuera del ámbito antrópico. Es cierto, no obstante, que un incendio a gran escala en la Protohistoria no vamos a poder documentarlo, al menos por ahora,  pero teniendo en cuenta la psicología del hombre en la antigüedad, es difícil pensar que tuvieran la osadía de agredir a la naturaleza de esa forma. Quemar un bosque, por ejemplo, conllevaría violar una leyes sagradas, pues siempre se estará agrediendo a uno o varios dioses relacionados con la naturaleza.

En su experiencia, ¿cómo se gestiona hoy la dimensión simbólica de estos hallazgos? ¿Qué papel juegan la divulgación y el trabajo con comunidades locales en esa construcción de sentido?

Es difícil transmitir el profundo simbolismo de esta construcciones a la gente. Hay que sustraerse a nuestros actuales conocimientos y a nuestro cada vez mayor conocimiento científico que va en detrimento de las creencias religiosas. Hoy podemos explicar porqué sale el sol todos los días por el Este; entendemos porqué la luna va menguando o creciendo, por qué hay pleamar o bajamar, porqué existen los terremotos o se produce una gota fría. Cuando se explica a la población actual la importancia de la religión en aquellos momentos y la reacción ritual para aplacar a los dioses o a la naturaleza, que viene a ser lo mismo, la gente suele pensar que nos escudamos en respuestas fáciles para explicarlo. Sin embargo, no se dan cuenta de que aún hoy, en pleno siglo XXI, hay localidades que sacan a sus vírgenes y santos en procesión para propiciar la lluvia.

¿Ve en las prácticas rituales del pasado alguna lección, advertencia o espejo para nuestras formas actuales de gestionar crisis y territorio?

Sinceramente, no. Hoy no se respeta, por regla general, las cualidades de la naturaleza para la explotación del territorio. Al contrario, se fuerza la máquina para obtener mayores beneficios: se hacen zonas de regadío en lugares donde el agua es limitada; se construye en cañadas presuntamente abandonadas o en líneas de costa para el disfrute de los turistas; se talan bosques para ganar espacio a urbanizaciones; se contamina sin control para disfrutar el bienestar... Los rituales de hoy consisten en manifestarse puntualmente en contra de todo esto, pero nada más.